El aroma del narciso

Autopsia enero 2021

A fin de no parecer repetitivo, me propuse no utilizar en mis autopsias a más políticos como ejemplo de cualquier trastorno mental, pero dado que en esta ocasión iba a tratar el narcisismo, no se me ocurría mejor sitio que La Moncloa donde hallar un ejemplar. Puede que yo no sea objetivo y fruto de la obsesión forense por descubrir causa y culpable sea demasiado tendencioso. De hecho, ya fracasé anteriormente intentando demostrar que Sánchez era un mentiroso compulsivo. En aquella ocasión, no tuve más remedio que reconocer que la especial capacidad que tenía este hombre para retorcer la verdad, no era otra cosa que un rasgo evolutivo del instinto de supervivencia propio de la especie humana, más acentuado en él, eso era cierto, pero solo porque era  más alto y porque se entrenaba a diario. Según la sociología moderna: constituía un signo de madurez intelectual temprana de cuando aún era niño y un pecadillo venial en adultos. Según las tesis de “conformidad social”: un recurso indispensable para tener unas relaciones humanas saludables.

Pero empecemos por explicar en qué consiste el trastorno. Narciso era un joven griego de extraordinaria belleza del que mujeres y hombres quedaban prendados, pero a los que él despreciaba, preso de vanidad. Una ninfa llamada Eco, incapaz de verbalizar sus sentimientos, al estar condenada a repetir solo las últimas palabras que oía, urdió un día un plan celada para tratar de conseguir sus favores, pero al descubrirse la trama  Narciso la despreció cruelmente. Los Dioses, testigos de aquello, castigaron al engreído zagal haciendo que se enamorara de sí mismo. Incapaz de apartar la mirada de la cara que se reflejada en el agua intentó besarla, pero al descubrir que era él y que jamás encontraría a nadie de similar hermosura a la suya, se arrojó al estanque, quitándose la vida, brotando de su cadáver las flores que llevan su nombre. El Olimpo convirtió el don de Narciso en una tara y la causa de su destrucción, del mismo modo que les ocurre a todos esos sujetos que solo pueden proyectar la libido hacia dentro de sí mismos.

Los narcisos de verdad no se parecen al Don Mendo de Pedro Muñoz Seca o al Don Juan de Lord Byron, histriónicos personajes que no podían evitar ser seducidos por las féminas. Tampoco se parecen al Don Juan de Zorrilla, ni a Giacomo Casanova, un individuo real (Venecia 1725–1798), que además de pintón fue escritor, historiador, filósofo, bibliotecario, jurista, matemático, diplomático, aventurero, agente secreto y violonchelista y al que se le atribuyen no menos de 132 conquistas. Los narcisos reales son donjuanes procaces. Además no siempre son hermosos, bien dotados, inteligentes y cultos, ni galantes, cautivadores o buenos conversadores. La mayoría no nacen, se hacen al detentar “poder”, aún sean feos como gárgolas, por eso es un trastorno frecuente de las celebridades del cine, la música o el deporte, de los nuevos ricos y de los políticos -aunque siempre se pueden hallar ejemplares sueltos en cualquier playa de España, discoteca de moda o plató de tele5-. Y perdónenme si tras Berlusconi, no encuentro mejor ejemplo que el de Pablo Iglesias Tenorio (…quise decir Turrión), que seguro que lo hay, pero no se me ocurre ahora.

Desde el punto de vista freudiano, los donjuanes persiguen obsesivamente la  autosatisfacción sexual y aunque se creen buenos amantes, la realidad es otra. Buscan deslumbrar, por eso les gusta tanto hablar de su pasado sexual -inventado o real- o decirle a sus parejas que jamás estarán a la altura de sus anteriores conquistas, sin embargo no soportan la sinceridad recíproca. Tienden a ser muy celosos, a veces sin fundamento, pero coquetean y tienen una clara predisposición a la infidelidad. Frecuentemente se burlan de la sexualidad y del aspecto de sus amantes al sentirse superiores y tienen una gran inclinación al exhibicionismo. Pero no todos los narcisos son donjuanes, dentro de esta fauna hay diferentes especies, géneros, órdenes, familias y clases, aunque en líneas generales podemos diferenciar dos grandes grupos: sexualmente hiperactivos y sexualmente hipoactivos –incluso narcisos impotentes y misóginos, especialmente si una mujer les hacer sombra-. En algunos casos, este trastorno es tan severo que puede filiarse como un desorden psicopatológico grave. El filósofo alemán, Erich Fromm, describió en 1964, el grado extremo del narcisismo que tenía Hitler, como “narcisismo maligno”-.

Sexualmente activos o no, todos los narcisos se creen superiores aunque por interés, necesidad o coyuntura adopten roles sociales discretos o perfiles a veces bajos. Lo hacen interpretando un papel, a la espera de que les llegue el momento de asumir el protagonismo que piensan que les corresponde. Y perdónenme si ahora no encuentro mejor ejemplo que el de Sánchez, pero para mí el discurso sollozante que dio el día que dimitió de la Secretaría General de PSOE al descubrirse su intento de pucherazo o los monólogos interminables a los que nos sometió en TVE durante la pandemia, bajo el auspicio de “Producciones Moncloa”, son de “Oscar”. La caracterización de Capitán América en rol de superhéroe, fue muy buena, pero la que hace del aristocrático gentleman tras el que se escondía Batman fue sublime ¿o no parece realmente un Lord? Los narcisos siempre aspiran al liderazgo aunque sean inseguros y tengan una baja autoestima -principalmente porque la realidad no se ajusta a la imagen que tienen de sí mismos-. Después de Trump -a este no le gana nadie- el mejor ejemplo de esa forma de actuar es Sánchez, ya vimos como después fracasar dos veces en conseguir una mayoría que le aupara a la presidencia, por necesidades del guion, no dudó ni un segundo en encamarse con Pablo, aunque eso quebrantara sus sueños.

Los narcisos tienen baja tolerancia a la frustración y reaccionan con furia frente ella,. No toleran las críticas, aunque sean constructivas y si reciben alguna, la toman como una afrenta, como Sanchez. Es conocida de todos conocido la poca cintura que tiene, como se transfigura con las críticas, como llama “facha” a cualquiera sin justificar el insulto, como elude debatir en las cámaras o como se atrinchera en La Moncloa, rodeado de pelotas, evitando que algún cretino lo increpe -como le hacen al Rey-. Inventan cualquier historia que tape sus errores o sirva para engordar su ego, por inverosímil que sea, por eso fabrican doctorados ad hoc o dicen que contaban con un “comité de expertos” que nunca les aconsejó prohibir manifestación alguna -como si de Italia no nos hubiera servido de ejemplo-. Por eso también borran de un plumazo más de 20.000 muertos y encargan a otra persona que haga el trabajo sucio -el Dr. Simón, en este caso- y diga públicamente que esa diferencia estadística podría deberse a accidentes de tráfico o pretenden hacernos creer, mediante melindrosos eslóganes -“de ésta saldremos más fuertes”- que la Covid nos fortalecería, como si una enfermedad y menos esta, pudiera robustecernos.

Los narcisos valoran mucho las apariencias y la estética y no porque sigan la moda, sino porque según un ellos constituyen signos de distinción –la coleta por ejemplo -. Viven pendientes de su imagen en las redes y perdónenme si vuelvo a poner de ejemplo a Pedro Sánchez Pérez-Castejón, pero es que la gente con guion entre apellidos tiene esta tipología. Parece claro que fue por sentido estético y no de estado, que nuestro presidente ha realizó los posados fotográficos que hizo en su palacio o en su avión, que se ha sometido a una dermoabrasión facial –con lo que eso duele- o que busca controlar el ciberespacio, como quedó acreditado el día que se descubrió que había una Unidad de la Guardia Civil, especializada en ciberdelincuencia, dedicada a rastrear Twitters en su contra o por lo que Pablo pagó a Neurona ciento de miles de euros por la gestión de sus redes sociales o la realización de spots publicitarios,–estos apartados no tiene precio-.

El leguaje corporal de Iglesias y Sánchez deja un aroma a narciso, pero el contoneo que tienen al andar deja tufo y no hay psicólogo, psiquiatra, tratado de antropología o tesis de sociología moderna que pueda convencer de otra cosa, porque cuando describen el trastorno de personalidad narcisista, están retratando a estos dos.